Después de esta jugada, el Dios de la Ciencia no volvió a jugar una partida de ajedrez

En el centro, en una gran mesa se jugaba una partida de ajedrez, los contrincantes eran el Dios de la ciencia y el Dios de la Intuición...

Ajedrez entre dioses: lo que sucedió nadie lo vio venir

Una partida de ajedrez en el Olimpo no era algo común, ni mucho menos predecible. Aquella tarde, los dioses habían dejado de lado sus ocupaciones celestiales para reunirse en torno a una gran mesa. En el centro, sobre un tablero perfectamente tallado, dos fuerzas opuestas se enfrentaban: el Dios de la Ciencia y el Dios de la Intuición. El aire era solemne, pero en el fondo todos sabían que aquella contienda iba más allá del simple juego: era un reflejo del eterno conflicto entre lógica e instinto.

Los demás dioses observaban en silencio, interrumpido de vez en cuando por algún comentario jocoso o una carcajada irónica. La tensión, sin embargo, se palpaba en cada movimiento. Desde el primer intercambio de piezas, la partida se volvió un campo de batalla conceptual: razón contra presentimiento, cálculo contra emoción.

"Te toca", dijo con voz firme el Dios de la Ciencia. Había trazado una estrategia milimétrica. Su mente repasaba movimientos posibles, probabilidades, patrones. La ciencia, al fin y al cabo, no deja lugar a la improvisación.

"Jaque", respondió sereno el Dios de la Intuición. Su reina se movía con decisión. El ataque era directo, limpio. Su mirada tranquila contrastaba con la expresión de sorpresa de su oponente. El rey estaba en peligro, y la mente científica del dios no hallaba la jugada perfecta para salir del aprieto. Era como si todo su conocimiento se estrellara contra un muro invisible.

El Dios de la Sabiduría, que había permanecido callado hasta entonces, lo observaba con atención. Veía en sus ojos la ansiedad que crecía, la desesperación de no comprender por qué todo su conocimiento era insuficiente ante un rival tan inesperado.

Entonces, intervino el Dios de la Política.

"Utiliza un ardid", sugirió. "Hazle creer que harás una cosa y luego haz la contraria".

El consejo apelaba al engaño estratégico, a la manipulación. El Dios de la Ciencia lo siguió sin cuestionarlo. Movió una pieza con astucia. El engaño fue eficaz.

"Jaque", anunció satisfecho.

Pero la sonrisa duró poco. El Dios de la Intuición respondió con rapidez y soltura. Su siguiente movimiento volvía a poner al rey en jaque. No había tregua. El rostro del científico se crispó. No podía entender cómo aquel joven —porque el Dios de la Intuición era el más joven del Olimpo— podía superarlo con tanta facilidad.

El Dios de la Guerra tomó la palabra:

"Ataca por el flanco. Desgástalo. Haz que pierda fuerza".

El Dios de la Ciencia acató la estrategia con precisión. Recurrió al ataque directo, contundente. El tablero tembló bajo la violencia de sus movimientos.

"Jaque", volvió a decir, creyendo haber ganado terreno.

Pero no. Otra vez, el Dios de la Intuición respondía con calma, con esa sonrisa apenas perceptible que desarmaba cualquier pretensión de victoria. El científico empezaba a desconcertarse. ¿Cómo era posible?

Entonces intervino el Dios de la Técnica.

"Técnicamente, la única opción es enrocar el rey", dijo.

El Dios de la Ciencia, obediente a la lógica, ejecutó el enroque. Se sentía seguro tras aplicar la mejor jugada técnica disponible.

"Jaque", volvió a responder su contrincante.

El tablero parecía burlarse de él. Había agotado todas las fórmulas, todos los algoritmos, todas las estrategias políticas, bélicas y técnicas. Estaba solo, y no entendía por qué. Entonces su mirada buscó otra opción. Vio al Dios de la Sabiduría, que lo miraba con serena compasión.

"¿Qué puedo hacer?", preguntó al fin, derrotado por el desconcierto.

"¿Por qué no se lo preguntas a él?", respondió el sabio, señalando al Dios de la Intuición.

"Es mi contrincante", replicó. "Y muy joven, por cierto".

"Solo él sabe la respuesta", dijo el sabio. "A veces la solución se halla en quien menos esperamos. Tal vez la edad nos hace perder el instinto".

El Dios de la Ciencia decidió dar ese paso. Miró al joven con humildad y le preguntó:

"¿Qué debería hacer?"

El Dios de la Intuición lo miró directo a los ojos y respondió:

"Cuando sepas leer en los ojos de los demás desde tu corazón, entonces encontrarás la solución".

La mente del Dios de la Ciencia intentó razonar la frase. Descompuso cada palabra, la analizó, la relacionó con teorías de la percepción, del lenguaje, de la neurociencia. Pero no entendía.

"No comprendo lo que quieres decir", admitió.

"No busques entender", dijo el joven. "Simplemente escucha a tu corazón".

"El corazón no habla, es solo un músculo", retrucó el científico.

Fue entonces cuando el Dios de la Sabiduría habló con voz grave.

"En la Tierra existe una raza que cree que los animales son nuestras encarnaciones. Dicen que el ser humano ha perdido la capacidad de escuchar a su animal totémico. Es decir, a su espíritu…".

"Eso son supersticiones", interrumpió el Dios de la Ciencia. "No tiene lógica. No está demostrado científicamente".

"Estamos de acuerdo", corearon el Dios de la Técnica, el de la Política y el de la Guerra.

El Dios de la Sabiduría bajó la mirada. Sus ojos reflejaban tristeza.

"Nunca cambiaréis. Os creéis por encima de todo. Pero la única forma de aprender es situarse debajo de todo. Como el valle, que recibe las aguas de las montañas porque está precisamente debajo de ellas".

El Dios de la Ciencia se encogió de hombros. “Todo eso suena bonito, pero no me va a ayudar a ganar la partida”.

"Si tanto buscas ganar", dijo el sabio, "entonces ya has perdido".

La frase resonó en el Olimpo como una sentencia.

El Dios de la Ciencia guardó silencio. El joven frente a él alzó la mirada, movió su pieza con precisión y pronunció la frase final:

"Jaque mate".

El tablero quedó inmóvil. Los espectadores callaron. Ninguno de los grandes estrategas, guerreros ni técnicos había logrado revertir aquella partida. El triunfo había sido del Dios más joven. Del que no calculaba, sino sentía.

Y en esa victoria se escondía una lección que pocos estaban dispuestos a aceptar: que a veces la respuesta no está en la mente que razona, sino en el corazón que escucha.

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Redacción Vida Positiva