Promesas de fin año, el día después

Replantear, resignificar o establecer nuevos objetivos sin dudas tendrá un impacto positivo para el progreso y crecimiento personal.

La celebración de fin de año puede diferir en las diversas culturas, ubicaciones geográficas, religiones o idiosincrasias, pero prácticamente todos los seres humanos del mundo tienen un denominador común que los une en estos últimos días: las promesas y balances.

Inevitablemente, cuando el almanaque se acerca al 31 de diciembre hombres y mujeres piensan en las metas cumplidas e incumplidas del año que pasó y vuelven a nacer los sueños y expectativas como una nueva oportunidad que comienza el 1 de enero.

Replantear, resignificar o establecer nuevos objetivos sin dudas tendrá un impacto positivo para el progreso y crecimiento personal. Pero, ¿por qué la evaluación de sueños u objetivos suele ser protagonista exclusivo del fin de año? El balance anual, ¿es funcional a un verdadero compromiso con el cumplimiento de las metas trazadas o sólo son deseos al azar que quedan en el camino?

Las estadísticas suelen ser el mecanismo más óptimo para reflejar la realidad y las promesas de fin de año por su carácter global y popular fueron medidas por los especialistas en el tema. La investigadora estadounidense Ellen Tomson , a partir de la realización de un estudio, demostró que sólo el 8% de las personas cumplen con los objetivos planteados durante el 31 de diciembre.

Es decir, el 92% de aquellos que realizan promesas de fin de año no las cumplen. La pregunta que se desprende de esta realidad es ¿por qué los seres humanos siguen anhelando y comprometiéndose con diversas metas anuales que año a año no llevan a cabo? ¿Por qué los mismos o los nuevos sueños quedan pendientes?

La respuesta está en la indeterminación de las promesas. Es decir, al no existir plazos o una organización concreta en torno a los objetivos planteados, las metas se ubican en el plano de lo abstracto, evitando así su realización concreta.

Las promesas en la mayoría de los casos son planteadas sobre el final del año, cuando el individuo despierta ante su irrealización, pero durante el resto del período anual quedaban flotando en la superficie sin cuestionamientos o sin la férrea voluntad de llevarlas a cabo.

El autor de “Ontología del Lenguaje”, Rafael Echeverría, destaca que la reformulación o el establecimiento de promesas durante el fin de año es un acto positivo, pero lo es si se plantean estrategias concretas para poder cumplirlas.

Pero, ¿cuál es la clave para su realización? El autor afirma que el éxito en la concreción de una promesa está en su claridad. “Entre más específica sea la promesa es más probable que se cumpla, además de que no genera falsas expectativas“, destaca.

Otra de las claves está en la “precisión de los parámetros de satisfacción”. Echeverría ha comprobado que una promesa se transforma en un objetivo claro cuando la persona es capaz de diseñar un plan conforme a las acciones y los plazos específicos que conformen una trayectoria posible para el cumplimiento de una meta.

Si la promesa sólo queda en una idea, su realización será improbable e indeterminada y se mantendrá en el plano de las “buenas intenciones” que los seres humanos mantienen año a año de forma sistemática e indeterminada.

Entonces, este año cuando el calendario llegue a su fin este lunes, las promesas pueden avanzar hacia las realidades. De lo abstracto a lo concreto, los sueños están un paso adelante.

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