Los optimistas: trabajadores de la esperanza

El pesimista vive el presente y el futuro lejos de la esperanza, en cambio el optimista se hace cargo de su pasado, presente y futuro.

"No soy pesimista, soy realista" Esta frase es el caballito de batalla de quienes, cuando se les contra argumenta que el cambio puede ser posible, que las circunstancias pueden revertirse o bien, que mirar el medio vaso lleno es una de las dos opciones posibles, no pueden verlo y optan por el pesimismo.

Existe a su vez un vicio intelectual o un lugar común entre los "bienpensantes", que ser optimista es ingenuo, irreal y hasta casi infantil. Pensar en positivo, es para quienes no han tenido experiencia, los que han vivido poco, quienes no han atravesado situaciones adversas o poco conocen del mundo actual, un lugar despiadado que no da tregua.

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Y así anda el pesimista, aferrado a su verdad de manual, creyendo que la única manera de encarar la vida es argumentando que la "realidad" es un vaso medio vacío al que nunca se le caerá una gota de más para completarlo.

Quizá, algún optimista ha tenido que padecer las caras de la subestimación ¿Cuáles son esos gestos? Palabras, hechos o modos corporales que le dan a entender que es un iluso o un esperanzado sin sentido. Y si, sí buscamos razones para ser negativos, existen millones de causas, siempre las habrá. El mundo, la experiencia propia y ajena, la política, la economía, la mala fortuna, la familia o uno mismo, todos podrían ser presuntos culpables de los desencuentros que tenemos con la vida.

No hay dudas que no hay biografía que no contenga fracasos, y el que no lo confiesa, lo oculta. Quizá la clave de la diferencia entre el optimista y el pesimista es cómo sobrelleva las dificultades.

El pesimista vive el presente y el futuro lejos de la esperanza, lo que vendrá puede ser una calamidad. Tiene una atadura al pasado, del cual sólo recuerda aquellas experiencias que le han resultado adversas, y luego serán el parámetro que legitima lo que ocurre o está por ocurrir.

"Si yo ya lo sabía, por qué puse esperanzas", "si lo suponía desde el principio, por qué confíe", "si todo podía salir mal, por qué iba a suceder lo contrario", "la realidad me da la razón". Frases a las que una persona negativa apela cuándo la expectativa parece darle la espalda.

Y, ¿qué pasa con el optimista? Lejos de la ingenuidad y la estupidez, quien elige una conciencia positiva se hace cargo de su pasado, presente y futuro. No se recluye en el "destino trágico", sino que evalúa su accionar en lo que ha sucedido. Hay una cuota de responsabilidad que analiza y así, intenta revertir el error o la circunstancia. Hace un esfuerzo, trabaja en sí mismo y se esfuerza por mejorar. Lejos de dejar su vida en manos de la providencia, trabaja en ella. Por otra parte, si su accionar no es fundamental, no cree que "el mundo está en su contra". Es decir, no tiene una distorsión en su ego para pensar que las personas confabulan en su contra.

Entonces, ¿quién se caracteriza por el pensamiento mágico? ¿quién actúa de forma más infantil o ingenua? De estos interrogantes se desprende la respuesta. El pesimista es quien hace el menor esfuerzo, observa la realidad como un fantasma legitimador de tragedias, en las que su persona está exenta del resultado. En cambio, el optimista es quien trata de intervenir en esa "realidad". Además de creer que el cambio es posible, trabaja para que suceda. Y quizá esa sea la mejor definición de una persona positiva: un trabajador de la esperanza.

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