Preocuparse por los demás, para conservar la amistad y ser solidarios

Si somos capaces de respetar y querer a los amigos, incluso en los mínimos detalles, crecerán sólidas raíces de amistad
Trataremos hoy de concretar estos valores que se comienzan a edificar en el hogar. Ya somos conscientes de su importancia posterior para fomentar una sólida amistad. Muchas veces surgirán de forma natural. Siempre se podrán aumentar y enfocar correctamente con una posición activa de los padres: en primer término con el ejemplo, y a la vez, concretándolos y esforzándose día a día.

Este preocuparse unos por otros, se detallará en:

1. Querer y sentirse querido: aprender a querer queriendo

2. Servir y ser servido: aprender a servir sirviendo

3. Darse generosamente a la familia. La generosidad no es un cuento chino.

4. Convivir en un ambiente de lealtad y nobleza. La lealtad es un tesoro.

5. Nos centraremos en la preocupación positiva, que supone desvelo, cuidado:

*¿Hasta qué punto fomentamos en casa un clima en el que los deberes, inquietudes y ocupaciones de los demás sean nuestras?

*¿Compartimos sus éxitos y sus fracasos? En esta edad de cierta crisis intelectual, ¿hacemos nuestras sus timideces, contradicciones, su terquedad y sus dudas de forma positiva?

APRENDER A QUERER QUERIENDO

Hablar a los padres de este tema puede parecer un poco ridículo. Ese querer, existe, nadie lo duda. Aun así, estas líneas servirán para repasar el esfuerzo que ponemos día a día para conservar viva esa llama que calienta y unifica la familia. Si los padres procuran fomentar este ambiente (con su ejemplo, con un consejo, con su vida), estarán formando eficazmente a los hijos, y éstos aprenderán a querer a los demás queriendo. Partimos con ventaja: existe un sustrato, una fuerte relación de amor y cariño, aunque en estas edades los chicos tengan la falsa sensación de que no se les quiere lo suficiente. Habrá que concretar detalles, manifestaciones del pulso diario; de lo contrario ese amor será como una bella princesa hechizada y eternamente dormida.

Destacaremos varios puntos:

1. Detalles de delicadeza y cariño.

2. Discernimiento y respeto a la intimidad.

3. No cerrarse en banda. Pedir perdón.

DETALLES DE DELICADEZA Y CARIÑO: ADELANTARSE...

Antes de nada una precisión: todo lo relativo al espíritu de servicio, está muy relacionado con este apartado. Sin embargo, tiene la suficiente entidad como para dedicarle uno propio.

Centrándonos en este punto, el cariño se manifestará en infinidad de detalles pequeños. No son simples muestras de corrección, reflejo de una exquisita educación formalista (por supuesto que habrá que tenerlo en cuenta, pero siempre con referencia a los demás: me lavo las manos antes de comer para agradar a los que se sientan conmigo a la mesa).

El Querer va mucho más allá; ningún chaval se considerará satisfecho en este campo porque no tira ladrillos a sus hermanos y no insulta a sus padres: sería tremendo. Vamos a concretar, teniendo en cuenta que un buen método para mejorar será exigirse personalmente y a los demás en un punto concreto de lucha.

Así, paulatinamente, lograremos avanzar; sin duda resultará un buen plan de acción:

1. No mostrar nunca indiferencia con las cosas de los demás: ni con palabras (vale, vale, apasionante, ¿no tienes algo más interesante que contar); ni con obras (si continúo leyendo el periódico cuando me están contando algo, ratifico con mi postura lo poco que me importa su interés).

2. Guardarnos los cansancios, malestares y enfados para nosotros. Nadie en casa debe darse cuenta del horrible día de trabajo que hemos padecido en la oficina ni de lo injusta que ha sido la multa que nos endosó el policía por aparcar en doble fila...

ACOMPAÑAR ESE ESFUERZO CON UNA SONRISA

1. Unos padres sonrientes, con buen humor y serenos ante las contradicciones son unos padrazos.

2. Enseñar todo lo que sabemos. No hacernos los imprescindibles en los arreglos domésticos, los trucos de la conducción, la habilidad en los comercios, etc.

3. Saludar al llegar a casa (con un beso si es costumbre). Decir a dónde vamos, de dónde venimos. El cariño es vigilante...

4. No limitarnos los días señalados (cumpleaños, aniversarios, etc.) a un regalo material: dedicar más tiempo en esos momentos para estar y tratar a la familia. No reducir las festividades a lo material, somos más que una muñeca de trapo.

5. Esforzarnos por contar anécdotas en las reuniones familiares (tertulias, sobremesa, comidas), y prestar atención a lo que nos cuentan. Ojo, esforzarnos; esto supondrá un especial afán el típico día en que todo nos ha salido torcido.

6. Rendir el juicio. No intentar llevar siempre la razón y decir la última palabra. Habrá que hacerlo sin que se den cuenta, sino no tendrá mérito.

7. Respetar y alentar los gustos de los demás, aunque sean bien distintos a los nuestros. No salirnos en todo momento con la nuestra (siempre se escucha nuestra música preferida, las comidas son marcadas exclusivamente por mis apetencias gastronómicas, tan sólo salimos de excursión a nuestros parajes predilectos...).

8. Ser pacientes al corregir. A veces queremos arreglarlo todo demasiado deprisa. De poco sirven las malas caras; refunfuñando se consiguen pocas cosas.

COMPENSA EXIGIR DE BUENAS FORMAS

Todo lo relativo al tono humano. No somos una comuna de hippies (no tumbarse a ver la televisión, y a casi nada, menos a dormir; comer con dignidad, no abalanzarse por los platos como gallinas al maíz; cuidar las expresiones al hablar, etc.).

Discernimiento y respeto a la intimidad

Por un lado entendemos el discernimiento como el arte de saber apreciar el estado de ánimo de los hijos (de los padres), y actuar en consecuencia:

1. Un rostro preocupado supondrá mayores dosis de cariño y comprensión. Quizá no será el momento oportuno para atizar el fuego con precisiones sobre su comportamiento y responsabilidades.

2. Un gesto de cansancio nos llevará a volcarnos en detalles (adelantarnos y sacar un tema que sabemos le apasiona, dejarle su sillón preferido, no levantar el tono de voz, olvidarnos de las prisas para otras ocasiones, etc.).

3. En definitiva: estar vigilantes. Cada día tiene su afán; el estado de ánimo no es invariable, y aunque lo ideal sería mantener unas constantes anímicas, somos humanos y una fría mañana de lluvia nos puede afectar, sobre todo a chicos de estas edades...

Por otro lado, el discernimiento supondrá ser conscientes de que no todos en la familia son iguales. Una mala nota en el colegio, a Roberto le puede traer al fresco, y a María a lo mejor le bloquea toda la tarde. Cuando Isabel rompe una taza se pone muy nerviosa; si le ocurre a Susana se queda tan tranquila. Hay chavales más autosuficientes, más maduros, otros se indisponen simplemente porque le han dejado plantado los amigos o han mantenido una discusión con los vecinos. Cada uno es cada uno, y no todos reaccionan de la misma manera. Actuar en consecuencia será muy útil para corregir y ayudar en el hogar.

Además de este equilibrio en el trato, tendremos que respetar la intimidad de cada miembro de la familia; tanto material (el armario, su mesa de trabajo, la cartera, su carpeta; a partir de ciertos años los chicos necesitan, siempre que pueda darse, también de esa intimidad material), social (las llamadas de teléfono, su correspondencia) y espiritual (las conversaciones con los amigos, el trato con personas de otro sexo, su relación personal con Dios, etc.).

Si le cuesta abrir el corazón en un momento dado, no habrá que forzar ni, mucho menos, reprochárselo («Te encierras en tu mundo», «No quieres ayuda de tus mayores», etc.). A lo mejor no confía suficientemente en nosotros, o no hemos merecido su confianza; quizá tiene miedo a que no le comprendamos, y eso le dolería mucho de sus padres. En este y otros mensajes sobre la amistad trataremos de dar bastantes argumentos para ganarnos esa confianza: presionar no será un buen camino.

Asimismo, ese respeto supondrá no «adueñarnos» de los hijos, no ser exclusivistas: que sigan en todo momento nuestros gustos y aficiones, nuestra forma de hablar, de pensar, de actuar y de expresarse; que marchen a pies juntillas trotando sin salirse de la estela que marcamos al vivir...

Este respeto no significa ingenuidad: si observamos algo que no le conviene, tenemos el deber de hacérselo ver, sin miedo, pero con delicadeza y comprensión, sobre todo en las cuestiones referentes a su intimidad.

HAY QUE COMPRENDER QUE SEA COMO ES, AYUDÁNDOLE CON TACTO A QUE SEA COMO DEBE SER

Es una papeleta difícil, pues hay que vigilar sin acosar, controlar sin enjaular, velar por sus intereses, por su orden material y espiritual sin que se sientan conducidos y coartados. Jaime estaba de mal humor, contestón y descuidado. A su padre le fue relativamente sencillo enterarse por medio de sus hermanos del motivo: Ana, una chica del barrio, le había dado calabazas.

Esa tarde le llamó a su despacho para que le ayudara con unos papeles. Después de un rato de colaboración, sacó sin darle más importancia unos álbumes de fotos antiguas. Pronto entablaron una amena conversación, que llegó a su punto culmen con las fotos de la Universidad: le contó anécdotas de sus amigos y profesores, de sus primeras novias, de las muchas tortas morales que recibió de éstas.... Esa noche, Jaime se sentía mucho más reconfortado. Había logrado quitar hierro a un asunto que le torturaba desmesuradamente. «No es para tanto», pensaba consolado...

NO CERRARSE: PEDIR PERDÓN

Es evidente que habrá errores, faltas de entendimiento y muchas meteduras de pata en la convivencia. El verdadero querer es comprensivo, sabe perdonar. El verdadero querer presupone el desliz, la equivocación: una relación sin tacha entre dos humanos parecería un idilio entre robots.

A los hijos les resultará elemental pedir perdón sin sentirse profundamente humillados si observan a sus padres esa actitud en la vida cotidiana:

1. Por un descuido de orden o puntualidad.

2. Ante una salida brusca o un enfado desproporcionado.

3. Al haber juzgado incorrectamente una determinada actuación.

4. Por un consejo equivocado (cuando un padre reconoce, aunque le cueste, que no ha sabido aconsejar en un tema de la manera más acertada, tiene la partida ganada, como tendrá ganado el reconocimiento de sus hijos que ven a su padre capaz de rectificar).

Además, hay que tener en cuenta que no habrá tal perdón, si no se olvida la falta cometida.

PERDONAR SUPONDRÁ OLVIDAR

No podemos disculparlos y a la primera de cambio irle recordando su error, su falta:

1. Aunque perdamos los nervios.

2. Aunque nos sirva para justificar nuestra actitud.

3. Aunque pensemos que refuerza nuestros argumentos de autoridad.

Si procuramos inculcar esta comprensión (perdonar, olvidar) para que nunca se cierren por un error, se sentirán verdaderamente queridos. Todos tenemos bien experimentado lo rápido que dejan de sangrar las heridas cuando pedimos perdón, la velocidad con que se apaga el fuego que nos consume por dentro cuando nos humillamos y reconocemos nuestra parte de culpa; ¡seguro que no somos culpables por entero!, pero ese saber agachar la cabeza y aceptar nuestro error siempre resultará positivo para una convivencia más sencilla sin rencillas y rencores tontos.

¿Cuál es el mejor camino?: aprender a quitar hierro a las mil contrariedades, situaciones controvertidas que surgen en la vida doméstica; un arma muy eficaz la encontraremos en el perdón. En la medida que los padres vayan por delante, todo saldrá de forma más sencilla. Esto no riñe con poner a los hijos firmes cuando sea necesario. Por ejemplo: no es lo mismo llegar a la una de la madrugada a casa medio bebido, que asaltar la nevera en un momento de debilidad, por muy prohibido que lo tengan.

Tenemos que distinguir:

LA CORRECCIÓN DEBE SER PROPORCIONAL A LA CULPA COMETIDA

Los chavales son muy sensibles, y tienen un sentido de la justicia bastante particular. Si nos pasamos de la raya, será una ocasión sensacional para disculparnos, explicándole correctamente el sentido de las cosas.

Disculparse no significa excusarse, quitándonos la culpa de lo que no sale como desearíamos:

1. Me pones nervioso con tus ruidos. Es imposible no perder la calma contigo...

2. Te chillo porque haces siempre lo que te da la gana...

3. Ayer te regañé por el lío con tus hermanos. A lo mejor esta vez no tuviste toda la culpa, pero normalmente empiezas tú...

Para pedir perdón no tendremos que justificarnos: es algo más directo, que nace del cariño por no haber sabido corregir con la debida equidad (no todos son iguales y reaccionan de la misma manera), o por habernos dejado llevar por un estado de ánimo pasajero. Con esta actitud crearemos, casi sin darnos cuenta, un fuerte ambiente de confianza.

Junto con estas disposiciones más de fondo, también surgirán en la vida cotidiana infinidad de oportunidades para manifestar, con una delicada disculpa, que no hemos tenido suficientemente en cuenta a los que nos rodean o que hemos cometido un pequeño fallo:

1. Al dar un portazo.

2. Cuando tiramos el café en el mantel recién lavado.

3. Si dejamos el salón lleno de humo.

4. Por no levantarnos a coger el teléfono.

5. Al llegar tarde a comer.

No son tonterías. Si somos capaces de respetar y querer de esta forma a los amigos, incluso en estos mínimos detalles, crecerán sólidas raíces de amistad. Los primeros pasos los dieron en casa, de la mano y con el ejemplo de los padres.

Lima-Perú, 12/10/2007

COLABORACION DE: Carlos Durán Múzquiz.

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Fuente: www.armoniafamiliarperu.org