Madres e hijas, las claves de una relación intensa

En una etapa de la vida en la cual la construcción de la identidad se encuentra en pleno desarrollo, la búsqueda de reconocimiento y aprobación de los padres es fundamental.

Cuando se habla socialmente de la relación entre madre e hija, surgen algunas cuestiones comunes. Este vinculo es abordado como problemático, difícil e intenso ¿Mito o realidad?

Gemma Cánovas, psicóloga clínica, psicoanalista y autora del libro El oficio de ser madre, brinda algunas respuestas ante un vínculo que tiene dos etapas marcadas. Los primeros conflictos en la relación madre-hija se producen en la primera infancia, de tres a cinco años, y una segunda parte en la pubertad-adolescencia.

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Ambos períodos se caracterizan por el protagonismo de la diferenciación de la niña de su madre. Es decir, son momentos de construcción de la propia identidad, y así, son fases en las cuales existe una gran vulnerabilidad emocional, especialmente, en la adolescencia.

En una etapa de la vida en la cual la construcción de la identidad se encuentra en pleno desarrollo, la búsqueda de reconocimiento y aprobación de los padres es fundamental. Los adolescentes encuentran en ellos el parámetro que los reafirma, los contiene y así, depende de los límites imprescindibles para no hacerse daño física y emocionalmente. Entonces, en el marco de una etapa decisiva para conformar la psiquis de una niña, ¿qué ocurre puntualmente con la relación con su madre?

“Muchos choques entre madre-hija tienen un componente psicológico y social, la madre ve reflejada en la hija su propio ideal y existe el riesgo de que la madre quiera reparar a través de la hija ciertos conflictos propios y así, la hija responde en base a ciertas expectativas conscientes e inconscientes frente a ello", explica Cánovas.

Terri Apter, psicóloga social de la Universidad de Cambridge y autora del libro En realidad no me conoces explica que los conflictos entre las adolescentes y sus madres forman parte de una pregunta que todas las hijas se hicieron con respecto a su madre en algún momento: “¿Cómo puedo hacer para que mamá vea cómo soy o cómo quiero ser”.

Es decir, hasta la adolescencia las niñas encontraban en su mamá un referente, un ideal y un espejo que les devolvía su propia imagen. En cambio, cuando comienzan a construir su propia identidad se inicia el quiebre de este vínculo basado en la igualdad. La escisión se manifiesta a través del conflicto ya que ellas todavía no han conseguido conciliar con el cambio. Así, la ansiedad y la angustia suelen ser los sentimientos que protagonizan esta etapa.

Por su parte, la socióloga Alicia Kauffman advierte sobre la importancia de la madre durante la adolescencia. El poder que detenta en su rol puede ser perjudicial y contraproducente en esta construcción de la identidad. “La madre puede decidir un determinado porvenir. Decía Simone de Beauvoir en su definición de la edad que “la adultez es la niñez inflada por la edad”, y el papel de la madre es dar herramientas a los hijos para crecer mental y emocionalmente, aunque a veces las dimensiones biológicas y emocionales suelen no coincidir. El gran placer de las madres que con tesón y paciencia realizaron esta tarea es ver que sus hijas viven sus propias vidas y no la proyección de la suya frustrada“.

La socióloga define la relación entre madres e hijas como un vínculo que constituye la base de todas las relaciones porque es una de las más apasionadas y viscerales en la vida de las mujeres. “La relación con la madre obliga a la hija a afrontar cuestiones fundamentales sobre quién es, quién quiere ser y cómo se relaciona con los demás. Es un vínculo muy cargado emocionalmente, dado que combina una intensa conexión con una implacable lucha por el poder, sobre todo a partir de la adolescencia, y tiene mucha importancia a lo largo de toda la vida de cualquier mujer”, explica.

En este sentido, las hijas se encuentran en un enorme estado de vulnerabilidad frente a sus madres. La intensidad de la relación puede tomar grandes dimensiones durante la adolescencia y si quien es adulto no ha resuelto sus propios problemas de identidad, las consecuencias las pagan los hijos.

Kauffman divide a las madres en dos grandes grupos. El primero es el de las “madres saludables”, mujeres que se han constituto con adultas sanas emocionalmente que “dejan crecer y volar a los hijos y se alegran con su éxito“; y luego está el de la madre con problemas que tampoco tuvo una madre que supo ayudarle, “de donde surge una relación tremebunda de rivalidad, absorción, demandas. En esta categoría está la madre invasora, la narcisista, la culpabilizadora, la competidora que no acepta que la hija florece y ella envejece”.

Resolver antes de rivalizar. Tener una autoestima sana y no proyectar en los hijos las frustraciones propias. Poner límites, sin miedos de ejercer el rol de un verdadero adulto. Algunas de las claves para que la relación entre madres e hijas sea un vehículo para la construcción de identidad y no obstáculo para la felicidad presente y futura.

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