Disfrutar de todos los placeres es insensato; evitarlos, insensible

Así describía Plutarco el dilema del placer en nuestras vidas. Muchas de las experiencias de nuestra vida que consideramos transcendentes, activan en nuestro cerebro una especie de botón de recompensas.

Por Omar Romano
:: Europa ::

“La evolución nos ha cableado para que sintamos placer con una gran variedad de experiencias, desde meditar, sexo, saborear un cabernet sauvignon o comernos un buen plato de carne”, señala David L. Linden, profesor de Neurociencias de la Escuela Universitaria de Medicina John Hopkins y editor jefe de Journal of Neurophysiology. Linden acaba de publicar La brújula del placer (Paidós), según lo publicado por Cristina Sáez en su artículo para La Vanguardia “Cómo funciona el placer“.

Placer se refiere a la experiencia que algo se siente bien, que implica el disfrute de algo

Contrasta con el dolor o el sufrimiento, que son formas de sentirse mal. Está estrechamente relacionado con el valor, el deseo y la acción: los seres humanos y otros animales conscientes encuentran el placer agradable, positivo o digno de ser buscado. El placer forma parte de otros estados mentales como el éxtasis, la euforia y el estado de flujo. La felicidad y el bienestar están estrechamente relacionados con el placer, pero no son idénticos a él.

No hay acuerdo general sobre si el placer debe entenderse como una sensación

Una cualidad de experiencias, una actitud hacia experiencias o de otra manera. El placer desempeña un papel central en la familia de teorías filosóficas conocidas como hedonismo. En circunstancias normales, la satisfacción de una necesidad produce placer: bebida, en el caso de la sed; comida, en el caso del hambre; descanso (sueño), para la fatiga; compañía para la soledad; sexo para la libido; diversión (entretenimiento), para el aburrimiento; y conocimientos (científicos o no científicos) o cultura (diferentes tipos de arte) para la ignorancia, la curiosidad y la necesidad de desarrollar las capacidades.

La naturaleza suele asociar la sensación de placer con algún beneficio para la especie

El cerebro busca recompensas El orgasmo, el chocolate, jugar a juegos de azar, rezar, bailar hasta caer exhausto, ser generoso… activan señales neuronales que convergen en un pequeño grupo de áreas cerebrales interconectadas, situadas cerca de la base del cerebro.

Y son esos pequeños grupos de neuronas los que conforman el circuito de recompensas, donde los humanos experimentamos el placer. El placer es un motivador esencial para el aprendizaje de determinados comportamientos esenciales para la supervivencia”, señala Rafael Maldonado, catedrático en Farmacología de la Universitat Pompeu Fabra y uno de los principales expertos en adicciones.

Hacia los instintos más básicos

Nuestra conducta viene determinada por dos estructuras, señala Rafael Maldonado: la subcortical y el sistema límbico; la primera nos empuja hacia comportamientos más racionales, mientras que la segunda lo hace hacia los más instintivos. “El sistema límbico se encarga de que realicemos acciones como comer y reproducirnos, básicas para que la especie sobreviva. Cuando esas conductas se producen, se segregan en el cerebro una serie de neurotransmisores que provocan la sensación de placer, que es apetitiva para el ser humano, por lo que este dirige su conducta para poder conseguirla”.

Aprendemos, por asociación

Primero, sentimos que una experiencia nos gusta; a continuación, la asociamos a datos sensoriales externos, como lo que vemos o lo que oímos, y también internos, aquello que estamos pensando; estas asociaciones nos permiten predecir cómo actuar para repetir la experiencia que nos ha gustado.

Y, finalmente, relacionamos un valor placentero con la experiencia, de manera que en el futuro podamos decidir el esfuerzo y el riesgo que estamos dispuestos a asumir para volver a obtenerla. “El placer es una brújula que nos guía”, afirma Linden.

Dopamina

Y en este proceso, la dopamina desempeña un papel esencial. Se libera en las estructuras anteriores del sistema límbico y lo que hace es anticiparnos que se va a producir el placer. Es como si nos alertara y nos preparara para ello. La liberación de esta sustancia pone en marcha una serie de cambios en el cerebro, así como la cascada química de neurotransmisores, opiáceos endógenos, que finalmente nos generan la sensación placentera.

“Las tres situaciones naturales que nos activan ese botón del placer son el sexo, la comida y las relaciones sociales”, asegura Maldonado. Este circuito de recompensa, basado en buena medida en la dopamina y refinado a lo largo de miles de años de evolución, puede también activarse con acciones como el deporte o la meditación, y también con sustancias psicoactivas que comportan un riesgo grave de adicción, como la heroína, la cocaína, la nicotina o el alcohol.

También el deporte

Es sabido que el ejercicio físico practicado de manera regular resulta muy beneficioso para el organismo; mejora la salud, la función del sistema cardiaco, respiratorio, inmune, endocrino, y es básico para mantener la mente en forma. Además, efectúa cambios bioquímicos en el cerebro, puesto que aumenta los niveles de una proteína esencial para el buen estado de las neuronas.

Se ha visto que, asimismo, el ejercicio también aumenta los niveles de endocannabinoides, moléculas similares a los compuestos del cannabis que el cerebro produce de manera natural. De ahí que tras hacer ejercicio sintamos cierta euforia. La meditación, bailar e incluso rezar también son capaces de generarnos sensaciones muy agradables.

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