De la urgencia de volver a vernos conscientemente a los ojos

Nos cruzamos con cientos de rostros al día. De estos, observamos pocos, vemos algunos y a otros los ignoramos por completo.
Y es que cuando nos atienden en un banco, cuando el mesero nos toma la orden, cuando el taxista nos pregunta nuestro destino, cuando el de la taquilla nos vende el boleto o cuando el despachador llena el tanque de gasolina, ya solemos olvidar que estamos tratando con otros seres humanos. A pesar de mi interés por las expresiones faciales, en las dos últimas semanas y motivado por algunas palabras de Tony Karam, Director de Casa Tíbet México, me he dado a la tarea de prestar especial atención y de reconocer el rostro de las todas las personas con las que interactuó diariamente. Como mencioné en la cápsula de #SinPalabras de esta semana, los gestos existen en nuestra especie para que podamos intercambiar constantemente mensajes con los demás acerca de nuestras ideas, sentimientos, emociones y estados de ánimo.

Es así, que este sencillo ejercicio me permitió tomar más consciencia de mi yo social, me ha dejado en claro que cuando observamos estas expresiones nuestra comunicación fluye más, me ha enseñado el poder las neuronas espejo que muchas veces solo están esperando recibir una sonrisa para responder de la misma manera y me ha demostrado que para quienes tenemos la fortuna de contar con el sentido de la vista, la clave para la empatía y la compasión se encuentra en observar a las personas a los ojos.

El otro día fueron dos personas a arreglar un problema de conexión en el baño de mi casa y una fuga. Uno de ellos me había avisado que primero repararían la fuga porque era lo menos complicado y que regresarían al día siguiente para encargarse de la conexión. Sin embargo a la mera hora me cambiaron la jugada porque habían olvidado unas piezas. Es así, que cuando vi que estaban abriendo la pared les pregunté que si el plan no era al revés.

-Sí, pero se descompuso la camioneta y olvide las piezas ahí. Primero vamos a trabajar con este problema.


-Pero yo me tengo que ir a las 7, ¿si van a acabar a tiempo?, ¿Por qué no mejor dejamos todo para mañana?


-Sí acabamos a tiempo, me respondió muy “chicho” el señor.

Insistí. Eran las 5:40 y de verdad me preocupaba que no fueran a terminar, pero con una actitud sobrada él volvió asegurarme de que finalizarían rápidamente. Confiado en sus habilidades me retiré y los dejé trabajar, pero al cabo de unos cuantos minutos escuché como el agua caía sin cesar. Me acerqué de nuevo y uno de ellos me dijo con un rostro acongojado:

-Le pegamos a un tubo. ¿Dónde está la llave de paso?


-No sé. Creo que no hay porque yo la estuve buscando el día que me percaté de la fuga en el WC, respondí.

El hombre inmediatamente dibujó una expresión de preocupación mientras miles de litros de agua se desperdiciaban. Después salió de la casa buscando una posible solución. Encontró una llave pero que solo cerraba el flujo que iba al tinaco y para acabar de complicar la situación, una remodelación en el departamento de arriba hacía imposible acceder sin una escalera de gran extensión a la azotea para intentar cerrar el paso desde ahí. Mientras tanto yo observaba el reloj pues la hora de la conferencia a la que pretendía asistir se acercaba. De pronto el señor se acercó y me dijo:

-No le voy a mentir. Está complicada la situación. No hay forma de cerrar el flujo, tenemos que esperar a que se vacíe el tinaco para que entonces yo pueda soldar el tubo que rompimos y después proseguir con la conexión.

Yo estaba muy enojado. No sólo porque ya no llegaría a la conferencia y porque se estaba desperdiciando el agua, sino porque este hombre se había negado a escucharme. Entonces respondí y enérgicamente le empecé reclamar pero entonces algo en su rostro se apoderó de mi atención mientras yo seguía hablando. Era un claro gesto de pena que de alguna forma hizo que yo me tomará un segundo para replantear mis ideas y cambiar el enfoque de mi reproche.

-No estoy enojado por su error. Entiendo que su trabajo tiene sus complejidades y que todos nos podemos equivocar en nuestra labor. Pero por lo que sí estoy enojado, es porque usted se negó a escucharme. Yo le dije que tenía que salir a las 7 y usted me dijo muy “chicho” que no había problema. Yo le pedí que regresará mañana porque usted me había dicho que hoy solo arreglarían la fuga y ahora no podré asistir a mi compromiso; eso es lo que verdaderamente me molesta.

Entonces él me pidió una disculpa por no escuchar y ya solo le pedí que resolviéramos esto lo antes posible.

Me retiré y a pesar de mi molestia algo en mí se sentía bien. Y es que pude haberme dejado llevar por la ira y decir muchas cosas para luego arrepentirme (cuantas veces no lo he hecho), pero al final “algo” me permitió expresar mi enojo de una manera constructiva, sana y sin lastimar a nadie; ese “algo”, estoy convencido que fue el poder darme cuenta conscientemente de lo que comunicaba el rostro de esta persona.
Lamentablemente en la actualidad, ante las prisas y los avances tecnológicos en términos de comunicación, hemos perdido la costumbre de atender a la cara a las personas con las que interactuamos diariamente.

Lo anterior, simplemente no nos permite conectar con los demás y darnos cuenta de que estamos en presencia de otro ser humano.

Es decir, que vivimos en automático y que tratamos a los demás como si fueran robots que sólo están ahí para cumplir una función, pero no nos damos cuenta que esto nos va deshumanizando poco a poco. Los individuos pueden tener diferente sexo, clase social, profesión, etnia, nacionalidad y religión, pero si hay algo en lo que todos coincidimos es que somos seres emocionales y que por ende queremos ser felices y dejar de sufrir. Sin embargo, si no soy capaz de darme cuenta de las emociones y sentimientos de los demás, ¿cómo puedo eventualmente comprender y sentir empatía o compasión por las personas?


Quizá lo más triste de todo esto es que no solo son los rostros de los desconocidos lo que ya no solemos atender, sino que muchas tampoco observamos (que no es lo mismo que ver) el de nuestra pareja, el nuestros amigos o el nuestros familiares. La gran mayoría de los malentendidos y conflictos se generan por una mala comunicación entre los individuos, por lo que para concluir vale la pena preguntarse: ¿A qué calidad de interacciones sociales aspiramos si nos negamos a captar la gran cantidad de mensajes que emiten los rostros de las personas?

José Manuel Guevara S.
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En Busca De Antares

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Fuente: http://enbuscadeantares.com/