Ahora te toca a tí

¿Tienes padres, abuelos u otros seres queridos que sufren de algunos de los típicos achaques de la vejez?

A continuación te presentamos cinco formas de corresponder al cariño y apoyo que ellos te manifestaron:

1. Empatiza con ellos.

Ponte en su lugar. Quizá piensas que tienes muchos problemas, pero si procuras imaginarte las dificultades que se experimentan a esa edad te harás una idea más cabal de lo que sufren algunas personas mayores.

Muchos ancianos ya no tienen la capacidad física para hacer ciertas cosas a las que estaban acostumbrados. Eso puede ser desalentador y generar sentimientos de impotencia. Algunos han perdido la vista o el oído, y ni siquiera pueden comer o caminar por sí solos. Eso les da vergüenza: se sienten humillados y privados de su dignidad. Otros sufren dolores o malestares constantes. Dado que su sistema inmunológico está debilitado, hasta las menores dolencias pueden tener para ellos graves complicaciones. Sus huesos son más frágiles, y sus órganos, más delicados; de ahí que cuando sufren una fractura o algún otro daño, el proceso de curación se dilate.

En determinadas circunstancias puede que se inquieten por lo que sucederá si su estado empeora y no tienen a nadie que los cuide. O tal vez se angustian pensando que son una carga para los demás.

La compasión y la misericordia contribuyen en gran medida a aliviar esas penas y disipar esas aprensiones.

2. Valóralos.

Puede que algunas personas mayores no sean tan fuertes o despiertas como antes. Eso, sin embargo, no significa que hayan mermado ciertas características suyas que son intangibles, los importantes atributos que definen su manera de ser. Es más, en muchos casos cualidades como el amor, la consideración, la lealtad, la humildad, el humor, el optimismo y el buen criterio alcanzan su plenitud durante la tercera edad.

Eso explica que los ancianos sean de las personas más fascinantes del mundo, más aún cuando se considera que han vivido en épocas que los más jóvenes no han conocido. Tómate el tiempo para descubrir esos tesoros. Te sorprenderá lo que encuentras, y hasta puede que ellos mismos se sorprendan.

3. Exprésales tu cariño y gratitud.

A veces el sabernos amados cambia radicalmente nuestra perspectiva de la vida y nos permite afrontar mejor las circunstancias. Si las personas mayores perciben que se las aprecia por los esfuerzos que hicieron en otros tiempos, por lo general enfocan la vida más objetivamente y superan sus sentimientos de culpa por los fracasos y errores del pasado, tanto reales como imaginarios.

Algunas de las frases más tristes suelen pronunciarse en los velorios y entierros: «Espero que supiera lo mucho que significaba para mí», «¡Ojalá le hubiera dicho más seguido cuánto la quería!»

Manifiéstales tu cariño y gratitud ahora que puedes.

3. Ayúdalos a mantenerse activos.

Numerosos estudios demuestran que la actividad física demora el proceso de envejecimiento, lo que se traduce en longevidad y una mejor calidad de vida. Por el contrario, la vida sedentaria aumenta las probabilidades de contraer enfermedades típicas de la vejez y de morir prematuramente. Hasta una breve caminata al aire libre es beneficiosa. (Existen diversas recomendaciones, pero una buena táctica es comenzar de a poco y aumentar gradualmente la duración y frecuencia del ejercicio hasta un mínimo de 20 minutos al día, cinco días a la semana.).

Otros estudios revelan que la estimulación intelectual agiliza la mente y previene la pérdida de la memoria, de la misma forma que el ejercicio fortalece el cuerpo y constituye un factor de protección.

Muchos ancianos, cuando les preguntan por qué no se mantienen más activos física y mentalmente, aducen que no tienen a nadie con quien hacer ejercicio o realizar actividades intelectuales estimulantes.

Ayúdalos a mantenerse activos. Así inviertes en su futuro, y de paso también en el tuyo.

4. Ora por ellos.

Se ha dicho que orar por alguien no es lo mínimo que se puede hacer, sino lo máximo. La oración mueve el corazón y la mano de Dios. Lo insta a actuar conforme a nuestras peticiones y a realizar lo que está fuera de nuestro alcance. «Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios».

La oración abre un canal bidireccional de comunicación entre Dios y nosotros. Cuando le pedimos que nos escuche, estamos más predispuestos a escucharlo. Algunas de Sus respuestas más rápidas a nuestras plegarias se producen cuando logra concitar nuestra participación.

El solo hecho de orar por otras personas es prueba fiel de que nos interesan su felicidad y bienestar.

Eso nos pone además en situación de entender mejor los amorosos designios que tiene Dios para ellos y cómo podemos contribuir a hacerlos realidad.

Cuando oramos para que alguien no se sienta solo, por ejemplo, es muy posible que Dios nos señale qué podemos hacer en la práctica para aliviar esa soledad.

Quizá nos sugiera una visita o una salida con esa persona, una llamada telefónica, un mensaje por correo electrónico o una tarjeta de felicitación.

Jesús dijo: «Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos» (Juan 15:13).

Amar es tender una mano a los demás; procurar empatizar con ellos; enjugar sus lágrimas; llevar sus cargas; hacer nuestro su dolor; atenderlos hasta que se repongan de sus enfermedades; escuchar con paciencia y actitud abierta a los que necesitan desahogarse; ser un buen amigo, comprensivo y presto a ayudar; orar por los necesitados; participar de sus angustias, así como de sus esperanzas y sus sueños.

La seguridad de que alguien nos quiere nos renueva las esperanzas, nos infunde fe y nos ayuda a verlo todo con más optimismo.

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