Optimismo inteligente, cuando las acciones hablan

La historia de la escritora Barbara Ehrenreich es un ejemplo de cómo la actitud positiva en sí misma no se basa en las palabras sino en las acciones.

Barbara Ehrenreich cuenta en primera persona una experiencia que le cambió la vida. Le habían detectado cáncer de mama y cuando lo descubrió, y para su sorpresa, "todo lo que rodeaba la enfermedad era color de rosa". En su ensayo Sonríe o muere: la trampa del pensamiento positivo, relata que de manera permanente su entorno la instaba a tener un pensamiento positivo . Se le planteaba que la enfermedad no era más que un desafío, una oportunidad para reinventarse y evolucionar.

Pero Ehrenreich confesaba que en esos instantes estaba tan asustada y angustiada que en lugar de un exceso de alegría necesitaba empatía. La felicidad abstracta no parecía ser la mejor opción en ese momento. Bárbara necesitaba quien la escuche, y poder ser comprendida por sus afectos.

Juan Antonio Huertas, profesor de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), coincide con la autora ya que es muy frecuente que el entorno demande un optimismo extremo, pero para satisfacer su propia angustia y deja de escuchar a quien verdaderamente necesita apoyo emocional.: "Los enfermos no te piden ser felices sino que te adaptes a sus demandas y a sus necesidades. Generalizar la obligación de ser feliz siempre es, en ocasiones, una obligación tiránica. Hay estudios que demuestran, por ejemplo, que para mejorar el bienestar y la predisposición de un paciente no hay que intentar que cambie su actitud y empiece a pensar en positivo, es más eficaz cambiar acciones que ideas, por ejemplo, dejar que pueda controlar algo de su vida en el hospital (cuando se despierta, sus visitas, que alguien conteste a sus preguntas, etcétera)", asegura Huertas.

En este sentido, el optimismo pro activo es la respuesta. Dar alternativas, herramientas y acciones concretas para convertir a la ilusión en una idea más tangible. Carmelo Vázquez, profesor de psicología de la Universidad Complutense y coautor, junto con María Dolores Avia, del libro Optimismo inteligente, argumenta: "No abogo por el optimismo ilusorio, que aboca al desastre, pero sí por un optimismo inteligente: los optimistas toman las riendas de su vida, mientras que los pesimistas se rinden a las circunstancias. Lo realmente necesario es un punto de vista realista, aunque el realismo es un arduo problema filosófico, pero con la ilusión de la transformación del mundo".

Ehrenreich sobrevivió al cáncer de mama y recomienda no quedarse sólo en las palabras sino actuar sobre la vida, hacer algo por uno mismo, pero fundamentalmente, por el otro. "Más que vivir autoevaluándose constantemente y tratando de ser positivo -afirma- puede uno alcanzar el bienestar tratando de mejorar el mundo exterior de forma práctica: Habrá que construir diques, llevar comida a los hambrientos, encontrar remedios. Quizás no todo nos salga bien, seguramente no salga bien a la primera, pero podemos pasarlo muy bien mientras lo intentamos".

Si el pensamiento positivo sólo se sustenta en uno mismo, pierde su carácter transformador, emprendedor y solidario. La esencia del ser positivo quizá se encuentre en alguien que brinda, ayuda y se interesa por su prójimo. En este sentido el autor de Optimismo inteligente es claro: "Si te fijas en el carácter de la gente transformadora, es optimista. Precisamente el mérito está en los que somos pesimistas y nos esforzamos en ser optimistas. En la situación actual del mundo, no podemos permitirnos perder la esperanza".

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