Nuevos recuerdos que remiten al presente

Vivimos tiempos líquidos, todo es fugaz, veloz, fragmentario, múltiple.

El presente es el punto del tiempo donde se integran el pasado (lo que hemos vivido) y el futuro (lo que viviremos). Como el tronco de un árbol que se sostiene en sus raíces y se eleva en su fronda. Sin el tronco las raíces son estériles y el follaje se desvanece. Quienes están presentes en su presente suelen tener menos nostalgias del pasado y menos miedo al futuro. Ven su vida como lo que es: un gerundio (según la feliz definición del médico y terapeuta argentino Gerónimo Acevedo). Están siendo, en una continua y rica transformación.

Pueden sentir nostalgia, pero no melancolía. La nostalgia es, en cierto modo, el reconocimiento de un pasado vivido y valorado. La melancolía, en cambio, es una trampa que atrapa a la persona en un punto anterior de su vida, punto no siempre feliz, del que no puede salir. En un presente real y encarnado, la nostalgia no hiere, roza suavemente y pasa. Pero en el caso contrario, la melancolía se extiende como una mancha espesa.

Vivimos tiempos líquidos, según el sociólogo polaco Zygmunt Bauman. Todo es fugaz, veloz, fragmentario, múltiple. Nada se consolida, no hay tiempo ni paciencia para ello, corremos hacia adelante con temor a quedar afuera de algo que no sabemos qué es, pero corremos. Todo dura muy poco (proyectos, sueños, logros, vínculos), se licua sin consolidarse. Lo descartable (que incluye recuerdos, personas y artefactos) se impone a lo perdurable. Los adultos conservamos testimonios de experiencias vividas: cartas, postales, cuadernos, libros, alguna prenda querida, y cuando los tenemos en nuestras manos certificamos que hemos vivido. Con ese contacto regresan emociones (tristezas, alegrías, temores, ilusiones). Certezas de nuestra vida. De los primeros escritos humanos quedan papiros y tablillas. El primer telegrama (enviado desde Washington a Baltimore el 24 de agosto de 1844 por Samuel Morse con la frase "¿Qué ha traído Dios hoy?") aún se conserva. Pero no hay rastros del primer mensaje de correo electrónico.

En la era de las tecnologías de conexión (no de comunicación, porque la comunicación real es un fenómeno complejo, ni serial ni tecnológico, que involucra emoción, pensamiento, palabra, mirada, escucha y una buena dosis de factores no verbales) el instante suprime al momento. El instante no tiene raíces ni fronda, es efímero y no deja huella. Apremiados por novedades tecnológicas que mueren al nacer para dejar paso a la siguiente sin que hayamos comprendido la anterior, no echamos raíces.

Nos urgen a correr detrás de lo nuevo sólo porque es nuevo, las vivencias se van entre los dedos sin cuajar. Nos invade algo más cercano a la melancolía que a la nostalgia. La añoranza por un pasado que no alcanzó a ser presente. Quizá sea tiempo de parar, de que las tecnologías sigan a nuestras necesidades y nuestros ritmos y que no seamos nosotros quienes debamos correr detrás de ellas. Así tendremos recuerdos reales y no añoranzas de lo que se fugó sin ser.

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Por Sergio Sinay | www.sergiosinay.com