El arte de imaginar

Desde los tiempos más remotos de la prehistoria, cuando el hombre comenzó a tener conciencia de sí mismo y de su entorno, fue cuando surgió en él la idea imaginativa de su lugar en el mundo.

Desde los tiempos más remotos de la prehistoria, cuando el hombre comenzó a tener conciencia de sí mismo y de su entorno, fue cuando surgió en él la idea imaginativa de su lugar en el mundo. Esa idea lo hizo dibujar en su mente la presencia invisible de una fuerza que le infundía su energía. Así, dio forma a sus dioses protectores y los modeló en arcilla.

Aquellas deformes y regordetas Venus de Lespugne que le daban seguridad y protección en la maternidad. Aquellas pinturas rupestres en los muros de sus cuevas donde relataban sus aventuras y sus luchas con la idea de estampar su paso por el mundo para quedar como vestigio inmemorial de su existencia. Luego, con el paso de los siglos y con el ordenamiento de su inteligencia, sus ideas imaginativas se hicieron más intensas. Elaboró sus dioses surgidos únicamente de sus temores sin importar que fueran solo sofismas, esto es, formas aparentemente verdaderas, sin importar que tan falsas pudieran ser.

No existe grupo humano, que no haya creado en su mente, una idea abstracta y que no la hubiera concretado en una piedra, en un muro o en una estela. Así, la imaginación se transformó en un arte interpretativo de lo oculto, de lo no evidente y no palpable. Todos su cinco sentidos, incluyendo el espacial, los aplicó a tratar de vislumbrar un poco aquel lugar escatológico que está más allá de la comprensión humana, y cuyo único apoyo era la capacidad de intuir de que su paso por el mundo necesariamente tenía que tener un sentido más allá de la muerte.

Los teóricos y los místicos son verdaderos artistas de la imaginación. Ellos miran lo invisible y palpan lo intocable. Sueñan en su vigilia y hacen de la idea un monumento. Estampan en sus escritos mundos extraños pero habitables. No les importa que toda su obra sea apriorística. Crean sus milagros basados en su elaborada imaginación y los comparten solo para aquellos que quieran entenderlo.

Los científicos viajan por los microcosmos y los macrocosmos como estoicos invidentes en busca de la verdad. Viajan a las estrellas con tanta seguridad, al igual que, si montados en un átomo, visitaran la incomprensible pequeñez de la materia. Dan forma a su fantasía y aseguran su realidad al mostrarlos esa espiral del DNA, donde se contiene toda la compleja información bioquímica de los seres vivos.

El artista del pincel y de la piedra, estampa en sus lienzos o en el granito, las formas más bellas que su imaginación le dicte. Transforma los materiales virtuales grabados y esculpidos en su imaginación en alegorías reales que den testimonio de su espiritualidad.

El aventurero, dotado de una sutil imaginación, se lanza a la búsqueda de otros horizontes con la idea fija de encontrar paraísos que pudo crear en su mente sin importar que al perseguirlos pueda encontrar el final de su existencia. Ir tras el Finis Terrae no fue fácil. Imaginar a la tierra redonda tampoco lo fue y Galileo pagó por su osadía al enfrentar la ciencia con la religión..

Hasta el más sencillo y humilde ignorante, hace de su vida un arte al imaginarse a sí mismo, como parte importante dentro del mundo encerrado y aparentemente inútil de sus vivencias. Por ello pide a su Dios o a sus dioses, ese milagro que lo proteja de su condición desheredada. Ya lo enunciaba en su texto el Upanishad de los Vedas:

“Si bien es cierto que están en las tinieblas los que viven en la ignorancia. También es cierto que, en peores tinieblas, caminan los que se entregan a la sabiduría”.

El día en que dejemos de imaginar aquellos que creemos no poseer por no ver, no oír, no palpar, no oler y no degustar, Ese día, como lo enunciaba Cicerón: “Podéis contaros entre los fríos e impávidos muertos”. Imaginando entonces, que lo que sigue será seguir viviendo en la indefinible y abstracta eternidad.

Gentileza, Francisco Cifuentes Dávila

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