Cuento mi viaje: San Diego

Anabella Aluhe Cerrato aprovechó un semestre de estudio en Boston para descubrir esta soleada ciudad californiana, muy cerca de la frontera con México.

Estuve en San Diego algo así como una semana. Lo primero que conocí allí fue Tijuana. Sí, Tijuana, en México. Porque queda a sólo 24 kilómetros. Fui con una excursión, en la que me convertí inesperadamente en traductora. Mike, nuestro simpático guía, a pesar de hacer el recorrido desde hace 15 años, sólo sabía decir “tequila” en español.

Nos llevó por la vieja Tijuana, la parte menos linda pero más impactante de una ciudad que desde 2008 recibe cada vez menos turistas debido a la “mala prensa”, según dicen los puesteros de esta colorida ciudad fronteriza. Los norteamericanos se asombraron y creo que se debe a que ellos ven Tijuana como una aventura. En cambio, a mí no me pareció nada del otro mundo ver una ciudad pobre, y menos me sorprendió la calidez de la gente o el regateo en los puestos.

Al día siguiente, necesitaba conocer San Diego en su máxima expresión y decidí ir a la playa. En el camino conocí a David, de Pensilvania. Tomamos el bus juntos hacia Ocean Beach. Es una playa muy popular entre los locales, con surfers y hasta una playa exclusiva para ir con mascotas. Caminamos un rato hablando de música, libros y películas. Al rato se unió John, un amigo de David, norteamericano con raíces guatemaltecas y aspiraciones a comediante de stand-up. Comimos pizza con cerveza y recorrimos el Farmer’s Market que se organiza cada miércoles en Newport Avenue. Había puestos de comida, artesanías locales, discos y ropa en la calle. Todo con aire muy hippie y música en vivo a cargo de bandas locales que le ponían clima a la escena.

Después de una charla de bar que nos hizo amigos, fuimos a la playa a ver el atardecer sobre el Pacífico, el más rojo e intenso que recuerdo. En Ocean Beach Park, un extenso parque frente a la playa, fue donde sentí con más fuerza la atmósfera de San Diego. Amigos reunidos a pura charla, gente cantando, bailando y tocando la guitarra, muy relajados.

Por ahí nos encontramos con un hombre de unos sesenta años que vivía del hula-hula. Tenía aros de todos los tamaños, trucos y técnicas para todas las edades. David, John y yo pasamos un buen rato probando el hula-hula entre risas californianas bien ruidosas. Ya había oscurecido, pero Ocean Beach seguía de fiesta.

Los jóvenes hippies se reunían en una esquina esperando a que toque una banda local. Nosotros terminamos el día en el pub Gallagher’s Irish de Newport Avenue, un bar muy animado donde esa noche tocaron alrededor de cinco bandas.

Al día siguiente, sumamos al trío a Anita, una argentina editora de videos, con la que compartía mi habitación de hostel. Con ella fuimos a Old Town, la ciudad antigua, donde almorzamos comida mexicana con margaritas. David nos hizo probar una bebida típica norteamericana hecha de helado y una especie de gaseosa con gusto a medicina, nada rica la verdad.

El pueblo es encantador, con una arquitectura antigua pero bien mantenida, colorida y pintoresca. Después fuimos a Pacific Beach, donde hicimos playa y seguimos jugando al hula hula. De noche, la ciudad también tiene su magia. Caminamos por Gaslamp Quarter, el barrio de moda donde están todos los restaurantes y bares. En una esquina, Anita se encontró con un viajero canadiense que había conocido en L.A. y se sumó a nuestra travesía nocturna. Fuimos a un bar. Bailamos, charlamos, tomamos y nos divertimos como nunca.

Al otro día, el grupo se disipó. Entonces decidí conocer La Jolla, un barrio adinerado que tiene unas playas muy exclusivas, las más lindas de San Diego. Está lleno de lobos marinos y focas que conviven muy cerca de los turistas. La noche fue bien al estilo lejano oeste en el bar The Double Deuce, con música country y un toro mecánico.

Llegué casi por casualidad al World Beat Cultural Center en busca de una clase de baile. Terminé tomando una clase de percusión con el artista Juan Carlos Blanco, un cubano con rastas. Después vino la clase de baile afro-cubano con percusión en vivo. El último día conocí el Balboa Park, un magnífico parque, lleno de museos, jardines, edificios históricos y artistas callejeros del más alto nivel. Me llamó la atención una pareja de músicos vestida al estilo épico que tocaba el violín y cantaba ópera de manera impecable. En Balboa Park también hay un jardín botánico de flores exóticas y un zoológico.

Para contactar a la autora: anabella.cerrato@hotmail.com

Nota publicada en junio de 2014. Extraída de la revista Lugares nº 217.

Autor: Anabella Aluhe Cerrato | Fuente: http://www.lugaresdeviaje.com/nota/cuento-mi-viaje-san-diego

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