La vida es como un hotel

Debido a su trabajo, nuestra columnista se ha convertido en una huésped frecuente. Y explica por qué, igual que en la vida, tanto en un hostel como en un cinco estrellas, lo que importa es la actitud
En estos dias, y cada vez mas seguido, por razones laborales me ha tocado recorrer muchos hoteles. Como siempre, casi por deformación profesional ando mirando e investigando todo. Fue así cómo empecé a percibir que la dinámica de un hotel es muy parecida al flujo de la vida.

Les cuento en qué baso esta idea y cuáles son algunas de las similitudes que encontré. En primer lugar, al llegar a un hotel todos sabemos que en algún momento tendremos que irnos, aunque si estamos de vacaciones o de luna de miel, eso es algo que preferimos negar. Lo mismo nos pasa cuando nacemos: somos plenamente conscientes de que nos vamos a morir, pero es muy difícil que tengamos la capacidad de hablarlo, de enfrentarlo.

Muchas veces, tampoco sabemos gozar o aprender de la vida teniendo en cuenta que cada momento nos ofrece una oportunidad de transformación. Se dice que alguien que es consciente de que alguna vez llegará la muerte, tiene mejor capacidad para disfrutar de la vida, independientemente de las circunstancias que le toque atravesar y cuenta con mejores recursos para anclarse con plenitud en el momento presente. Otras similitudes: es verdad que no todos tienen la oportunidad de hospedarse en hoteles espectaculares, ni cómodos.

Es más, hay quienes desean poder dejar la habitación y hacer el check out lo antes posible. Cuando he tenido que vivir esas circunstancias, también he logrado aprender que aun estando en un sitio que no me gusta demasiado, que no tiene el mejor servicio, que no está impecable o es inhóspito, puedo empezar a rescatar lo positivo para hacer la estadía lo más grata posible, incluso mejorarlo con cosas simples para aceptarlo mejor. Con el dolor, las injusticias, la pobreza, la enfermedad y otras situaciones que nos sorprenden en la vida, también se puede hacer lo mismo y sobre todo se puede aumentar el entusiasmo y hacer el ejercicio de ver dónde está el vaso medio lleno, que podemos aprender de lo que nos pasa para mejorar e ir cambiando ese escenario.

Estoy convencida de que la felicidad es una decisión y claramente no depende de las cosas que nos pasan sino de la actitud que se adopta frente a lo que nos ocurre. Dentro de un hotel todos cumplen una función: están los huéspedes y los trabajadores. Aunque estos roles son circunstanciales porque todos somos trabajadores y en algún momento todos descansamos.

Más allá del papel que nos toque, la forma en que vivamos la estadía dependerá de nuestra actitud. Es curioso ver cómo hay quienes sólo se dedican a quejarse, a discutir y a reclamar por todo mientras que hay otros que tienen la capacidad de disfrutar hasta de los placeres más pequeños con una mirada permanente de agradecimiento. Algo más que observé es que en el lobby uno ve gente pasar, otros se hacen como invisibles y algunos dejarán huella donde estuvieron con su sonrisa espontánea, trato amable y gentileza, ya sean huéspedes o no.

Hay gente que camina por la vida con la sensación permanente de querer dejar huella y entregar algo de su corazón mientras transita por ella y otros en cambio avanzan sin entregar mucho y pensando sólo en ellos. También veremos gente llegar e irse todo el tiempo. En cualquier caso, según mi experiencia, parece ser que el secreto es dar siempre lo mejor.

Hacer del presente el mejor momento, vivir cada segundo como el último y disfrutar de cada detalle independientemente de la razón, el tiempo y el lugar que ocupemos. Estas parecen ser las claves de una buena vida..

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Por Pilar Sordo. Fuente: http://www.revistasusana.com/