Justin Schmidt, el «connoisseur» en dolor

Picado por docenas de insectos para su investigación, el entomólogo Justin Schmidt se convirtió en un experto en dolor físico, relatándolo muy simpáticamente.

Por Avi Steinbergaug para The NYT Magazine

A los pocos minutos de nuestra reunión, más o menos en respuesta a mi ‘buen día’, Justin Schmidt comenzó a lamentarse de aquella carencia de rituales de iniciación basados en insectos en nuestra cultura. Me contó sobre los Sateré-Mawé del noroeste de Brasil, quienes anfitrionan una ceremonia en la que hombres jóvenes deslizan sus manos dentro de guantes repletos de hormigas bala, cuyas picaduras son tan dolorosas que pueden causar paralisis temporal. Cuando los iniciados pasan la prueba, están a un paso menos de convertirse en miembros plenos de su sociedad.

Schmidt cree que podríamos aprender algo de todo ésto. Por profesión, es un entomólogo, un experto en el orden de los Hymenoptera — avispas, abejasy hormigas — pero su interés en el anteriormente mencionado ritual no es meramente académico. Tiene dos hijos adolescentes varones y, por lo menos en ésta mañana en particular, lo encuentro pensativo acerca de si se beneficiarían de un ritual doloroso para ayudarlos a entrar en la adultez.

“Osea, no es nada letal”, dice Schmidt. “Y creo que podría ser la clave de todo ésto: no te matay sin embargo algo tan real como eso te sucede.”

Fue un poco antes de las 7.30 de una ventosa mañana en Tucson, y Schimdt había dejado a su hijo de 14 años en el colegio. A los 69, Schmidt tiene pelo colorado que se rehúsa a tornarse grisáceo y un jóven semblante que parece proponer travesuras universitarias. Yendo en su Toyota Corolla 1999 por una ruta que podría haber sido una autopista del desierto o una ciudad vaquera: mis ojos de la costa este no distinguen. Estacionamos frente a unas señales de tránsito, junto a un cactus, cuyo brazo apuntando para arribale daba cierto aire de policía de carretera dándonos el gesto de parar.

Cuando llegamos a la esquina de Saddleback y Brichta Drive, quedé anonadado con el hecho de que el laboratorio de Schimdt era, en efecto, su propia casa. En el 2010, cuando él, su esposa y sus dos hijos se mudaron a las colinas de Tucson del Oeste, Schmidt conservó su antigua casa para su uso profesional. Por fuera todavía se parece a sus casas vecinas: una simple y ranchera estructura de ladrillo, rodeada por un jardín arenoso con cactus y palmeras. Por dentro, contrariamente, es indudablemente un laboratorio, con incontables jarras y recipientes de vidrio con especímenes en tierra, cada uno meticulosamente identificado por etiquetas manuscritas, y tanques llenos de marchantes y zumbantes insectos. También hay muchos documentos, papeles de investigación y souvenirs de cazas internacionales de insectos, que cubren las paredes y estantes, incluso el techo.

El nuevo libro de Schimdt’s, “La picadura salvaje: la historia de un hombre que fue picado en pos de la ciencia”, presenta sus teorías acerca de los insectos que pican, a través de una amena narrativa de sus experiencias personales cavando en la tierra. Para muchos lectores, lo mejor del libro es el apéndice: su celebrada Escala de Dolor para insectos que pican, la cual es un ranking de niveles de dolor, creado mayormente por su experiencia de primera mano.

Schimdt ha descrito las diferentes magnitudes de forma casi poética, en al menos 83 registros, por ejemplo:

  • Avispas Aculeatas Solitarias, Nivel 0.5: “Desilusionado. Se siente como si un clip para sostener papeles cayera sobre tu pie.”
  • Abeja Anthophora, Nivel 1: “Casi placentero, tu amante te mordió el lóbulo de la oreja un poco más fuerte de lo normal.”
  • Hormiga Carpinteras, Nivel 2: “El debilitante dolor de una migraña contenido en el pulgar de tu pie.”
  • Hormiga PogonomyrmexMaricopa, Nivel 3: “Luego de ocho agonizantes horas de taladros en tu pie, uno se encuentra con un agujero que atraviesa el suelo.”

A veces, las imágenes son menos concretas, más impresionistas. La colorada avispa del papel, un 3 en la escala de dolor, es descrita como “lo más cercano que a lo que podrás estar de una llama de fuego azul”. Éste sorpresivo liricismo crea un elocuente argumento: los antiguos secretos de los insectos son accesibles por todos nostros. Mediante ésta escala de dolor, Schmidt nos lleva un poco más cerca del mundo minúsculo — o más bien, nos demuestra cómo estando ya cerca, nos comunicamos constantemente con ellos mediante el dolor.

Desde los 90s, la escala de dolor de Schimdt ha sido objeto de fascinación. Apareció en la BBC y en la reciente película de acción “Ant-Man”. Él entiende su papel como una especie de doble de cine, porque quiere que las personas se sientan movidas por estos misteriosos sujetos. Y, sin embargo , como a menudo lo observa, la mayoría de la gente está demasiado preocupada por el miedo a los insectos que pican. Para Schmidt, este miedo en sí es parte de la historia, ya que se habla de ellos en nuestra larga y complicada relación con estas criaturas: somos depredadores y los insectos son una presa particularmente astuta y creativa.

Cuando Schmidt recuerda una cierta picadura dolorosa, una memoria que se mantiene viva décadas después de que el dolor haya desaparecido, lo convierte en una historia. Él documenta una teoría acerca de cómo pican y el porqué del dolor: un elemento disuasorio, con lo cual se crea un recuerdo del dolor que se queda con el depredador para toda la vida. El dolor ayuda al depredador a aprender. El libro de Schmidt es, en cierto sentido, un libro de memorias de la educación de un depredador.

Schmidt comenzó como un químico, pero luego se dio cuenta, me dijo, que "no le gustaban los químicos o el olor de los laboratorios de química". Una navidad, cuando Schmidt tenía unos 20 años, su primera esposa, Debbie, una estudiante de la zoología, le dio el libro "Granja de Avispas" de Howard Evans, que de manera casi novelesca, cuenta experiencias desde el punto de vista de una avispa. Schmidt se dio cuenta de que todavía estaba cautivado por el deseo de entender la vida secreta de los insectos. Más tarde, en la escuela de posgrado en la Universidad de Georgia, él y Debbie se hicieron picar cada uno, mientras recogían muestras de Pogonomyrmex, un género de hormigas cosechadoras, con el fin de determinar la composición química de su veneno. La sensación permaneció durante muchas horas y causó "un desgarramiento profundo, dolor y lagrimeo", como Debbie describió en el momento. Era diferente a todo lo que habían experimentado. Schmidt estaba intrigado.

“El dolor en sí no es lo mismo que el daño”

En busca de más datos sobre la naturaleza de las picaduras, tomó su furgoneta VW 1969 y partió a través de América en una misión para recoger muestras de las 20 especies nativas de hormigas cosechadoras. Después ensayos propios y accidentes de picaduras en Georgia, decidió tener en cuenta los distintos tipos de dolor que había experimentado en acción.

En términos químicos, hay una manera directa de medir el daño causado por una picadura: toxicidad. Después de identificar los componentes químicos de un veneno en particular, se puede medir el daño infligido por éstas toxinas a los órganos de la víctima. La melitina de una abeja, por ejemplo, no sólo causa dolor localizado -una sensación provocada por la destrucción de las membranas celulares- sino que también viaja al corazón y hiere. Si suficientes abejas pican a un animal, el componente cardiotoxina de melitina trabajará para detener su corazón.

Pero ¿qué pasa con las picaduras que son sólo mínimamente tóxicas? "El dolor, la experiencia del dolor, es el sistema de advertencia en un cuerpo en el que se ha producido daño, que está ocurriendo o está a punto de ocurrir," explica Schmidt. "Pero el dolor en sí no es lo mismo que el daño." ¿Qué pasa con la Pepsini, una avispa solitaria, cuya picadura es mucho más dolorosa que la de una abeja, pero no deja daños permanentes en lo absoluto? Ese tipo de picadura es apenas tóxica, al parecer, y tiene éxito como una estrategia defensiva puramente a través de infligir dolor.

Yendo más allá, se dio cuenta que necesitaba inventar un lenguaje para hablar del dolor. Así nació la escala de dolor de Schmidt para insectos que pican. Haciendo uso de su propia experiencia con aguijones, y en ocasiones incluso completándolo con el testimonio de sus colegas frecuentemente picadas, comenzó a desarrollar una escala del 0 a 4; el aguijón de la abeja melífera, Apis mellifera, se establece como el valor de anclaje, que se define como un nivel de dolor 2. La escala de dolor permitiría establecer comparaciones.

El enfoque no es para nada cercano al científico. El tamaño de la muestra es pequeño. La escala no se basa en controles sólidos de variables, como la edad de ambos insectos y depredadores o la localización de la picadura en el cuerpo de la víctima. Incluso bajo las mejores circunstancias, el dolor es muy difícil de medir.

Los métodos fiables para medir las respuestas nerviosas del dolor fueron, y siguen siendo, imprecisas.

Video: Great Big Story
Traducción por Santiago Bellomo para Vida Positiva
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