Daybreakers: los que prefieren la fiesta antes del trabajo

Un experimento social se convirtió en una nueva tribu urbana en Nueva York, se globaliza y prevé llegar a Buenos Aires.
Yoga, antes del baile. Foto: Sara Wass

NUEVA YORK.- Una bola de cristal irradia colores sobre decenas de cabezas en la pista de Verboten, uno de los boliches del momento de Williamsburg, en Brooklyn. Desde la altura, DJ Golden Pony impone su ritmo, y el público responde. Todos bailan. La música electrónica crea clima de "rave", pero lo que sucede está lejos de ser eso: es miércoles, apenas han pasado unos minutos de las 7 de la mañana, no hay alcohol ni drogas y en un par de horas todos -o, al menos, la mayoría- se irán a trabajar.

"Ustedes están eligiendo ser felices por estar acá, ¡qué gran forma de arrancar el día!", vocifera al micrófono Elliot LaRue, un afroamericano corpulento que después de moverse un rato se sacará la remera y nunca dejará de intercalar baile con arenga. "¡Vamos, daybreakers! ¡Hay que arrancar el día!" El público responde. La gente baila y sonríe. Es una fiesta, distinta a otras fiestas.

Una nueva tribu urbana ha nacido en Nueva York: los daybreakers. Son una comunidad, un "movimiento global" -según ellos- que elige hacer, cuando rompe el día, lo que hasta hace poco estaba reservado para la noche. Hay café, jugos, bebidas proteicas y aguas energizantes. Un licuado verde, bautizado "Dandi Detox", ofrece una mezcla de perejil, piña, diente de león, frambuesas y agua de coco en una coqueta botella de plástico. No se ven faldas, tacos o zapatos, pero sí zapatillas deportivas, calzas y remeras. Algunos llegaron en atuendo corporativo, listos para la oficina.

"Es una forma genial de despertarte, empezás el día alerta", describe a LA NACION Chris Hunt, 27 años, corpulento, vestido con pantalones cortos, remera y zapatillas. Hunt fue uno de los que llegaron más temprano: a las 6 de la mañana, la pista estaba cubierta de colchonetas para una clase de yoga.

La música se escucha fuerte. Las luces cambian cada segundo. La gente sonríe, se mueve como una manada, en comunidad. A los costados, pilas de bolsos descansan contra las paredes. Una mujer camina y da pequeños saltos con su beba en brazos, que lleva unos auriculares tan grandes como su cabeza para aislarlo del sonido. "Esto es fantástico. Nueva York está siempre un paso adelante, ¿por qué tenemos que bailar de noche? Para mí, con la beba, es mucho más fácil en la mañana", dice Lucy Fliat, londinense, artista de maquillaje que trabaja por su cuenta. Al final de la charla se ríe cuando reconoce que hace mucho que no iba a bailar: "Ya estamos viejos para esto".

Entre la multitud se pasea uno de los fundadores del movimiento, Matthew Brimer, un hombre de barba que aún no llegó a los 30, vestido con pantalones bali, una robe roja y antiparras de esquí. Todo comenzó, explica, a partir de la frustración con la noche de Nueva York, "excluyente, prejuiciosa, oscura". Las mañanas, agregó, suelen ser aburridas, rutinarias. Daybreaker se quedó con lo mejor de una para cambiar la otra.

"Empezó como un proyecto artístico y un experimento social", explica Brimer, que creó daybreaker junto con una amiga, Radha Agrawal, a fines de 2013. La primera fiesta se hizo en el sótano de un café en Union Square. Eran un puñado. Ahora, reúnen a cientos en boliches famosos. "Sacamos todo lo malo de la noche y nos quedamos con lo bueno, y lo hacemos a la mañana, así cuando terminás, tenés todo el día por delante y te sentís increíble", redondea.

En poco más de un año, daybreaker se esparció como un virus a San Francisco, Los Ángeles, Berlín, Londres, San Pablo y Tel Aviv. Brimer dejó en claro que quieren construir un movimiento global. En sus planes figuran Buenos Aires, México DF y San Pablo, entre otras grandes urbes sudamericanas.

"Se van a sumar más ciudades en el futuro. Nos encanta crear comunidad y juntar a la gente de una manera positiva", afirma.

Brimer cuenta qué es lo que distingue a su fiesta: hay una intencionalidad muy fuerte -sin ir más lejos, hay que madrugar para estar-; hay un ambiente "positivo, enérgico y sano", y "el número de sonrisas en la pista es increíble".

Otras opiniones coinciden. "Lo principal es conectar. A la noche hay más tensión sexual, es más impuro, la gente lleva la careta con más firmeza", dice Vinnie Briguccia, que se levantó a las 4 para hacer su mañana.

Cerca de las 9, las luces y la música se apagan. El sol se cuela por un tragaluz, y mucha gente empieza a irse. Los que quedan se sientan en círculo, y comienzan a leer una cita en una cartulina que se repartió más temprano. "Tu vida es un viaje sagrado", comienza la frase, de la escritora Caroline Joy Adams. "Estás en un sendero... Exactamente donde tenés que estar ahora", continúa.

Un aplauso cerrado cierra el madrugón. La gente se para, algunos buscan sus bolsos o sus colchonetas de yoga. Las puertas de Verboten se abren, y la gente sale a enfrentar el día.

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Por Rafael Mathus Ruiz | Fuente: www.lanacion.com